«Aragón era Aragón porque tenía ideales, firmes ideales, y nos hacía las mejores fotos»
Hoy aquí, mañana dónde, es el sino de cada quien ante lo imprevisible de la vida, también de Manuel Aragón. Una de esas personas que uno siempre quiere tener a su lado, porque sabe que si lo necesitas va a estar ahí. ¿Cómo entender que unos días antes de irse de esta tierra, ya gravemente enfermo, se disculpara por no poder ir a un acto mío en Sevilla? El gesto lo dice todo, a pesar de que sabía de su grave enfermedad, aun hablaba con serenidad y optimismo y sentía en su disculpa no acompañarme. Gente que nunca debiera irse.
Así fue siempre, sin dobleces. Consecuente con sus ideas, pero sobre todo con su compromiso y su forma de ser. Son muchos los que hoy guardan su firma en momentos felices, en su boda, en bautizos o en comuniones, lo que se ha dado en llamar fotógrafo de BBC, hoy fotos de las vidas y celebraciones de tantas gentes de nuestra cuenca minera, guardadas con el amor y cariño con el que cada uno guarda esas partes cotidianas de la vida. Pero en su oficio Manuel Aragón era mucho más, muchísimo más, porque sus cámaras fueron testigos de tantos acontecimientos sociales, del discurrir de fiestas y actos, que son hoy un referente de una historia que pasó y no volverá.

Cómo no pensar en las fotos de la transición política de esta tierra, aquellas manifestaciones en favor de la autonomía andaluza, o las primeras fotos de sus compañeros de izquierdas ganando en Nerva las primeras elecciones municipales, las huelgas y manifestaciones ante el anunciado cierre de la mina, o las apaleadas protestas contra el repugnante vertedero que ocultos intereses impusieron frente al sentir ajeno de los que querían otro futuro para sus hijos. Fotos con una firma, Manuel Aragón.
Y aun así repaso con gozo las innumerables fotos que hizo de las aguas rojas del Tinto. Me habló de un nuevo proyecto que ya nunca será, pero están los que hizo con su amigo, el poeta Juan Delgado, que lo llamó “poeta de la imagen”. Y lo era, retratar los recovecos del Tinto, con sus coloreadas rocas, los meandros de su recorrido o los pequeños saltos que aceleran sus aguas hacia el mar. Y las fotos del Cerro Salomón, o de los caminos y de los restos de la mina, de máquinas y vagones corroídos, de vías hoy muertas. Tantas fotos de esta cuenca minera, cada vez más alejada de lo que fue en tiempos tan cercanos. Y Aragón siempre estaba ahí, retratando rostros y situaciones, huelgas y celebraciones. Tuve la Torre de Nerva, en 2007, y diez años después la tuvo Aragón, un homenaje de su pueblo que bien pudiera haberse adelantado, pues sin ninguna duda la merecía de siempre más que yo.
Y las fotos en mi recuerdo, que repasé con él en su estudio de Nerva, de niños de la guerra de los Balcanes, en proyectos en los que se pringó con el alma, y la de saharauis de todas las edades en su compromiso por una causa justa, la de recuperar un territorio invadido, con la connivencia del franquismo y del actual gobierno socialista. Siempre participativo en proyectos solidarios. Estuve con él cuando en el Casino El Mercantil de Nerva vinieron sus compañeros de la SAFA, el proyecto educativo donde se proyectaba la construcción de un nuevo hombre, fundamentado en la expresión de la libertad como base de su formación. Conocía por mí mismo la existencia de la SAFA, en Minas de Ríotinto, pero no me enteré de su importancia hasta ese momento. Y Aragón estaba por su reivindicación preparando para este mismo mes el 50 aniversario de la destrucción de aquel ilusionante proyecto. Por muy pocos días faltará a esa cita, pero estará muy presente en los recordatorios que le dedicaran sus compañeros.
Yo seguiré viéndolo montado en aquel primer camión de la basura que tuvo Nerva, en las fotos que hizo de sus compañeros cuando él mismo debiera estar en las mismas, pero se quedó detrás del clic de su cámara, siendo como fue el concejal comunista más joven de aquella primera corporación democrática de Nerva. Un rojo, como su río, huyendo de cualquier sectarismo e implicándose en cada causa que considerara justa. Amigos de todos, nunca le escuché ni una mala palabra contra nadie, lo que no suponía falta de crítica ante lo que consideraba mal hecho o irregular. No sé si su última actividad, en diciembre de 2022, fue participar del montaje, como tantísimos otros, de las fotos antiguas de Nerva y algunos de sus personajes, retratados en la novela El canto del cisne, de José Luis Olivares, que se expusieron en el Museo Vázquez Díaz y cuya novela presenté. Altruistamente, como acostumbraba, realizó el montaje, pues como siempre todo lo que fuera de su pueblo, o de la cuenca minera, podía contar con Manuel Aragón. Le hemos dicho adiós a este enorme fotógrafo, a una persona moral y éticamente intachable y, personalmente, a un gran amigo al que echaré de menos. Su importante legado queda para nuestra cercana historia. Aragón era Aragón porque tenía ideales, firmes ideales, y nos hacía las mejores fotos.