Autor: Bárbara Y. Feria

  • El patito feo, una historia de ‘bullying’ y el miedo a la diferencia

    El patito feo, una historia de ‘bullying’ y el miedo a la diferencia

    Sección Descubriendo el Mediterráneo, duodécimo artículo

    ¡Ojalá te agarrara el gato, antipático! Hasta su madre dijo: – Quisiera que estuvieras a muchos kilómetros de distancia. Los patos y las gallinas lo picoteaban, y la muchacha que les traía la comida lo hacía a un lado con un puntapié”.

    El patito feo, Hans Christian Andersen

    En este artículo traigo de nuevo el análisis de otro cuento del gran autor danés Hans Christian Andersen. Él, junto a los hermanos Grimm, son los grandes representantes del cuento en el siglo XIX. Pero habría que preguntarse: ¿qué es un cuento? Un cuento es una narración corta en la que se mezclan elementos reales y maravillosos para contar una realidad de forma simbólica. En ocasiones, estos cuentos están tomados de la sabiduría popular, de leyendas que han quedado en el imaginario de las gentes de un lugar determinado y pertenecen a su folclore desde hace siglos.

    El cuento funciona como una mitología de un lugar, son historias que han quedado entre las gentes y que explican, al igual que la mitología nórdica, griega u oriental, tanto cosas comunes como extraordinarias. Es muy habitual que el cuento tenga un mensaje final moral, más a partir del siglo XVIII, ya que es el siglo de la razón. El siglo XIX resignificó el cuento hacia otro estilo muchos más romántico. El inicio del siglo XIX es el momento en el que nacen los Nacionalismos y una forma de dar a conocer su folclore son sus cuentos. Estos autores lo harán buscando esa idea de identidad que generan las leyendas y narraciones de un lugar.

    El cuento lo concebimos, hoy en día, como un texto destinado a niños. Pero éste no nació como una narración de tintes mágicos sino como una revelación “sui generis” de todas las emociones del ser humano, tanto bellas como terribles. Nadie se sorprende, hoy día, cuando se narra el mito de Europa y se explica, sin ambages, que es la historia de una violación; también se le puede decir a cualquiera que Zeus era un dios que habitualmente incurría en el incesto y en la infidelidad de forma reiterada. Hasta su padre Saturno incurre en el canibalismo, y no pasa nada.

    En nuestro imaginario actual los cuentos clásicos del siglo XIX están totalmente imbuidos de las fórmulas “almibaradas” que planteó la factoría Disney a inicios del siglo XX. Es por eso que La bella durmiente no se tiene por un cuento tan terrible como realmente es, al igual que Blancanieves que vive un envenenamiento ¿Por qué cambiaron esos cuentos que rescataban las historias del folclore de un lugar y se convirtieron en una narración estándar con un mensaje positivo y, diríamos, que hasta nocivo?

    La factoría Disney tiene un momento de fundación muy concreto, el periodo de Entreguerras. Hacía 1923 se creó el primer dibujo, coincidiendo con el inicio de los llamados Felices Años 20. Estados Unidos, después de ser “el salvador” de la I Guerra Mundial, se convierte en la primera potencia, emergente, fuerte y dominante. En ese contexto se desarrollarán las primeras ideas de Walt Disney, y su mensaje no podía ser un mensaje de realidad excesiva para un mundo que necesitaba reconstruirse tras el gran desastre de la I Guerra Mundial. Es por ello que, aunque retoma la tradición, le da un final con aire de esperanza, conforma un mensaje más optimista, creando con ello un concepto más amable para su público. Si bien los clásicos resignificados por Disney suponen hoy nuestra idea del cuento, es interesante conocer lo antes apuntado para entender el siguiente análisis de nuestro Patito Feo.

    Hans Christian Andersen fue un escritor especial, soltero, se dice que homosexual, y no demasiado agraciado; vivió en una época donde la moral asfixiaba, ya de por sí, al diferente. No obstante, este “patito feo”, como podría decirse que fue el autor del cuento, era, por otro lado, un hombre imaginativo, sensible y de una gran creatividad que le llevó a pasar a la historia de la literatura. Esa visión interior que el propio Andersen tendría de sí mismo, es posible que se proyectara en nuestro cuento. Porque esta historia, sin ningún tipo de pudor, podríamos llamarla una historia de “bullying” (acoso), y rechazo a la diferencia.

    Andersen, sin embargo, en su texto no hace moral en exceso, solo pone sobre la mesa los sinsabores que el diferente debe vivir antes de poder construir un alma bella; estas circunstancias se reflejan en fragmentos como el siguiente: “Se fueron todos al corral, donde encontraron un espantoso alboroto provocado por dos pollos que estaban peleando por la cabeza de un pescado. Al final terció en la discusión el gato que se llevó para sí la cabeza. – Así ocurren las cosas en el mundo-comentó la madre pata. Y se lamió el pico, pues ella también deseaba aquella cabeza de pescado”.

    La madre ya deja entrever lo dura que es la vida. Pero, el alma bella que se supone que debe construirse a través de actitudes bondadosas y de escaso enfrentamiento entre el patito y sus atacantes, realmente no se resalta en el cuento. Si bien en los análisis de esta historia siempre se dice que hay esa idea simbólica de belleza interior, lo que se deja claro en el texto explícito es un rechazo más bien por el aspecto físico, sobre todo al principio.

    Al inicio del artículo hemos extractado un fragmento en el que el rechazo al patito se hace tanto por su madre, como por la dueña de la granja y todos los demás animales. La palabra que se repite constantemente es “feo” y, aludiendo a su aspecto físico, ni siquiera los animales reparan en hablar con él, con lo cual no sabemos si es un ser bello, interiormente. Con ese rechazo a través de la ignorancia de los otros, el patito empieza continuamente a creer en su fealdad real, y a justificar su mala suerte a través de eso.

    La gente que sufre acoso, en ocasiones, se siente culpable de sufrirlo, debido a la desaprobación que el otro hace de él o ella. En el cuento, lo que en principio es un rechazo a su aspecto físico, se vuelve un rechazo a su personalidad. Una vez que el patito huye de la granja donde nace, llega a una casa donde vive un gato y una gallina. El gato y la gallina, suponen, en el cuento de Andersen, un nivel más alto de trato despectivo, porque lo asedian con cosas como si sabe poner huevos, y le dejan claro que son los jefes de la casa y que tienen derecho de abusar y gobernar a los otros con su famosa frase: “Nosotros y el mundo”.

    El patito, como le ocurre a mucha gente, intenta ver en estos “jefes” un referente, aunque para ello deba replegar su personalidad. Decide, por ello, compartir con la gallina sus deseos e ilusiones que son flotar en un estanque continuamente. La gallina, como ocurre también con “las gallinas” que a veces nos encontramos en la sociedad, destruye su ilusión dejando claro que eso son solo sueños que lo que tiene que hacer es realizar cosas reales como poner huevos y que debe callar porque desde luego su opinión no merece la pena, y nadie lo va a comprender. No creo que Andersen eligiera al azar a estos dos animales que representan las personas tóxicas con las que en ocasiones nos encontramos en la vida. El gato es un animal independiente e interesado, la gallina es alocada y bullanguera, poco reflexiva. Estos dos animales pueden proyectar bien cómo se comporta el ser humano, no en su individualidad, sino en sus relaciones con los otros, y crear asociaciones que promueven la crítica.

    Sorprende que el patito feo en todo el cuento no se enfrente a la realidad que le está superando, solo se va yendo de los lugares donde no encuentra aceptación, digamos que está dejándose dominar por la opinión de los otros y aceptando una fealdad que, finalmente, no es tal.

    En una de esas huidas, se encuentra con una bandada de cisnes y ahí sí se siente reconocido, y se acerca a ellos con la intuición de que será aceptado. Esto supondría el encuentro del rechazado con sus iguales, de forma que Andersen en su cuento no solventa el miedo a la diferencia que a todos nos afecta en algunos aspectos de nuestra vida. Tampoco resuelve el rechazo de los otros con un momento en el cuento de toma de conciencia de aquellos que han ejercido el abuso, sino que promueve la huida del rechazado y diferente. Más significativo es el mensaje que Andersen da, al final del cuento, en el que carga en el personaje principal del Patito Feo la transformación del alma y el físico del Cisne.

    Hoy en día, parece que todavía no hemos aprendido a aceptar la diferencia y a no exigir al otro que sea como nosotros lo hemos imaginado en nuestra mente, marcados por nuestros modelos sociales. Véase cómo se promueven, con fuerza, las dietas milagrosas, las operaciones estéticas, para que no tengas que ser un “patito feo” en la sociedad, y los continuos consejos y charlas que nos podrían ayudar a conseguir un ideal de felicidad y bienestar que, en ocasiones, ni siquiera deseas. Aunque se está avanzando en la aceptación de la diferencia, no deja de ser real el bullying en los colegios o el rechazo en los centros de trabajo. Y me pregunto ¿es inherente al ser humano ese miedo insuperable a la diferencia del otro o hemos construido ese rechazo a través de cánones y modas que cercenan la diversidad en nuestro entorno?

  • Cragside y el alumbrado navideño

    Cragside y el alumbrado navideño

    Y se hizo la luz

    Sección Descubriendo el Mediterráneo, décimo artículo

    Imaginemos un frío día de diciembre de 1880 hace justo 143 años; dos amigos, William y Joseph, han trabajado durante mucho tiempo en lo que será un importante acontecimiento, un proyecto muy ambicioso, novedoso y singular que podría transcender a todo lo realizado hasta ese momento. Ese gran evento sería iluminar, con luz eléctrica, la preciosa casa victoriana de William, en cuanto cayeran los tímidos rayos del sol de la tarde inglesa.

    Joseph Wilson Swan que así se llama uno de nuestros protagonistas era físico y químico y, justo un año antes que Thomas Alva Edison, en 1870, había creado ya la bombilla incandescente. El otro protagonista era el barón William Amstrong un ingeniero y, como muchos otros en su época, inventor y filántropo gracias a su buena posición social. Lo que hoy día puede ser la tarea de un electricista durante un fin de semana, fue preparada por estos dos amigos en varios años porque, en el siglo XIX, los experimentos con la electricidad eran tareas casi mágicas.

    Hoy en día con facilidad damos a un interruptor y en cuestión de segundos encontramos una fácil iluminación, pero el caso de Cragside en esos momentos fue, para aquellos que lo vivieron, un momento mágico e innovador; fue el hito necesario para que luego pudiera realizarse el sistema de alumbrado de casas privadas y también del alumbrado público. Tienen que imaginar a esta casa victoriana como único punto luminoso que se alzaba en el área de Northumberland (Inglaterra) y que, para todos los habitantes, suponía el símbolo
    de poder de su dueño y también era el signo de los nuevos tiempos que llegaban en el siglo XIX al primer país que había desarrollado su Revolución Industrial.

    Poco tiempo después, en 1881, tenemos en España el primer momento de iluminación pública cuando el Marqués de Comillas (Cantabria) promueve el alumbrado público para recibir la visita del rey Alfonso XII. Aquí el marqués desplegó un juego de luces para asombrar al viandante y a su majestad, mostrando algo novedoso y mágico como era contar con luz eléctrica. En Huelva, entre 1881-1884, se instaló la luz eléctrica en el lujoso Gran Hotel Colón, que había sido construido por iniciativa inglesa.

    Estos primeros experimentos, que hicieron posible la iluminación de una casa o espacios públicos, estuvieron marcados por el empeño y el afán de una burguesía que contaba con tiempo y con posibles para hacerlo realidad. Hoy esto es bien distinto porque, aunque delegamos en nuestro gobierno local la tarea de poner el alumbrado navideño, éste se paga con nuestro dinero público, es decir, eso aquello surgió como algo exclusivo de algunos, es hoy “beneficio” de todos. Es digamos, para la sociedad actual, una forma de sentir esa opulencia y poder que siglos atrás iniciaron estos pioneros de la luz eléctrica.

    Hoy, por tanto, los espectadores, al contemplar esos inmensos alumbrados navideños son como William y Joseph, pero con algunas diferencias. Ellos se maravillaban porque eran conscientes de un hito en el que fueron creadores y pioneros. Sin embargo, el ciudadano de a pie se maravilla con el alumbrado, no como creador, sino solo como mero observador de un espectáculo, las luces navideñas.

    William y Joseph estaban haciendo historia con el alumbrado de su vivienda, y qué duda cabe que eso era una demostración de poder de los creadores de Cragside. Sin embargo, este luminoso y opulento inicio de la Navidad ¿No desvirtúa el sentido profundo de la Navidad? Habría que pensar, cuando acudimos a contemplar estos alumbrados maravillados, si estamos celebrando la fiesta cristiana o nos estamos acercando a otra fiesta más desenfrenada como las Saturnales romanas, la fiesta que la precedió, y que celebraba el Sol invicto, aquel que vence a la oscuridad y se renueva. Los alumbrados navideños de hoy día parecen haber asimilado esa simbología, que evade la oscuridad y que se adapta plenamente al signo de los tiempos.

    La llegada de la luz eléctrica, a finales del siglo XIX, estuvo plagada de momentos mágicos que generaron, en los primeros testigos, el asombro y la idea de bienestar y de progreso que se vislumbraba. Por eso, resulta extraño que, en ciudades donde el progreso está consolidado en pleno siglo XXI, todavía ese asombro y fascinación vuelva con las luces navideñas que adornan nuestras ciudades. Y podemos preguntarnos si todavía es que admiramos uno de los hitos más relevantes de nuestra Edad Contemporánea, la luz eléctrica, o es que con esa acción sólo nos convertimos en un actor más de la sociedad del espectáculo en la que desde hace tiempo vivimos.

    Foto: El palacio Cragside, primera casa con luz eléctrica en Inglaterra (1880)

  • La ‘Bicocca’ de Carlos V y el gris Marengo de Napoleón

    La ‘Bicocca’ de Carlos V y el gris Marengo de Napoleón

    Sección Descubriendo el Mediterráneo, noveno artículo

    En una conversación entre amigos, puede salir fácilmente la expresión: “esto es una bicocca” para referirse a una oportunidad que alguien no debe perder porque es, como se define en la RAE, un “chollo”. Poca gente, después de comentar esto, piensa qué puede significar esta expresión coloquial o cuál es su origen y más teniendo en cuenta que en francés y en italiano también se dicen, pero con un sentido totalmente diferente. Esta expresión procede, ni más ni menos, que del siglo XVI y está ligada al emperador Habsburgo por excelencia: Carlos I de España y V en Alemania.

    Carlos V había heredado de sus abuelos un increíble imperio donde “nunca se ponía en sol”. Este vasto Imperio iba desde los confines del Nuevo Mundo hasta los límites con el Imperio Turco. Uno de los objetivos de Carlos V, al llegar al gobierno, era conquistar la zona del Milanesado, lo que hoy día es el área de Milán, la región del Piamonte en Italia. Este lugar era un espacio estratégico entre Francia y Alemania. A Francia le interesaba bastante el control de esta región, así como a España, ya que parte de su imperio estaba en territorio de la actual Alemania, que era parte de la herencia de nuestro emperador. Para conseguir este lugar, ambos países tuvieron que enfrentarse en varias guerras con diferentes resultados. Como curiosidad hay que contar que, probablemente, el más maravilloso botín de estas contiendas fue la presencia en la corte de Francisco I de Francia de un viejo Leonardo da Vinci; éste llevó consigo a Francia el cuadro más admirado del Louvre: la Gioconda que, orgulloso, colocó Francisco I en su baño para admirarlo cada día.

    Dentro de esas guerras del Milanesado, la Batalla de Bicocca, en 1522, fue un éxito rotundo para los españoles, y es así que se popularizó esta expresión, que nació a raíz de cómo se desarrolló esta batalla. La aldea de Bicocca sigue existiendo hoy día, es un barrio universitario a las afueras de Milán, pero en aquellos momentos era, como dicen las crónicas, sólo una aldehuela de 20 habitantes. Allí tuvo lugar un destacado momento de la artillería española y la razón no es otra que, frente a los suizos, que solo portaban lanzas, los españoles probaron unos estupendos arcabuces con pólvora, lo que hizo que, en poco tiempo, apenas tres minutos, según historiadores como José Segovia, los españoles dieran muerte a 3000 suizos. Tras conocer esta historia, ahora entendemos mejor esa expresión, porque para los ejércitos españoles fue un paseo, un chollo o como ya quedó fijado una Bicocca. Sin embargo, como antes he comentado tanto en Francia como en Italia la expresión también existe desde entonces, pero alude a algo no tan positivo, sino que significa una cosa ruinosa o precaria, debido a la ruina y la devastación que dicha batalla provocó en la aldea y en los ejércitos enemigos.

    No lejos de ese lugar de Bicocca, a solo una hora y catorce minutos en coche, en esa misma región del Piamonte, pero tres siglos después, a inicios del siglo XIX, otra pequeña población, Bosco Marengo, se convirtió en protagonista de otra importante batalla que dio nombre a un tipo de color gris muy popular y que casi todo el mundo ha usado en algún momento de su vida, sobre todo en la temporada de invierno y en contextos formales; me estoy refiriendo al color gris Marengo.

    Al igual que el emperador Carlos V, a inicios del siglo XIX otro destacado personaje, Napoleón Bonaparte, estaba preparando su ascenso hacia la gloria para ser emperador de Francia, en plena Revolución francesa. Para labrarse ese futuro, desde inicios de la Revolución había estado batallando en las llamadas Guerras de Coalición y ascendiendo en su posición política y militar. Estas Guerras de Coalición enfrentaron a todos los países europeos con régimen absolutista, con una nueva Francia que se perfilaba ya burguesa y liberal.

    En 1800 Napoleón y su ejército eran unos militares verdaderamente triunfadores en múltiples batallas y él ya era cónsul de Francia. En la 2º Guerra de Coalición tuvo lugar la batalla de Marengo, librada el 14 de junio de 1800 en el norte de Italia, y que supuso otro nuevo escalafón para el ascenso de Napoleón al poder más absoluto. Cuentan que, para este evento, Napoleón vistió un abrigo largo que era de color gris y que, por haber sido usado aquí y en posteriores batallas, se le llamó a ese color gris Marengo. Otra teoría dice que ese tono de color gris era el que tenía Marengo, su caballo favorito; este animal fue todo un héroe de sus batallas, vivió 38 años y su esqueleto se conserva en el Museo Nacional del ejército de Sandhurst (Inglaterra); en la ilustración que acompaña este artículo lo podemos ver retratado con ese caballo, por el artista francés Jacques -Louis David.

    En nuestro día a día, al hablar, sin darnos cuenta, estamos totalmente imbuidos por expresiones y elementos que apelan a la Historia, la mitología o la religión. No obstante, en muchas ocasiones escucho la pregunta: ¿para qué sirve la Historia? Hacemos esa pregunta porque Carlos V, Napoleón y sus hechos históricos quedan muy atrás en el tiempo y es difícil sentirse identificado con glorias del pasado que nada tienen que ver con nuestro presente. Pero, nuestro presente sí es decirle a un amigo que compre ese coche que es toda “una bicocca” o comentarle a tu amiga que el color gris Marengo está de moda en todas las tiendas de Zara; cuando lo mencionas, sin darte cuenta, estás haciendo referencia a la Historia y a hechos históricos. Por tanto, aunque no te des cuenta la Historia está en tu vida y en tus palabras, y sí puede dar sentido a nuestro presente si la conocemos y la estudiamos.

    Imagen: Napoleón cruzando los Alpes. Jacques Louis David

  • La Sirenita de Disney, un final «feliz» al cuento de Andersen

    La Sirenita de Disney, un final «feliz» al cuento de Andersen

    Sección Descubriendo el Mediterráneo, octavo artículo

    “…sería necesario que un hombre te quisiera con un amor más intenso del que tiene a su padre y a su madre; que se aferrase a ti con todas sus potencias y todo su amor (…) Entonces su alma entraría en tu cuerpo y tú también tendrías parte en la bienaventuranza reservada a los humanos. Te daría alma sin perder por ello la suya (…)”.

    La Sirenita, Hans Christian Andersen.

    Hace escasamente dos meses se estrenó la nueva versión de la factoría Disney de la Sirenita. La película de animación de 1989 se convertía esta vez en un film con personajes de carne y hueso, con ciertas modificaciones de la primera versión. De todas ellas, quizás la más relevante sea que se ha cambiado el personaje de una doncella pelirroja por una chica afroamericana, la actriz Halle Bailey, aportando según comentan los críticos de cine “frescura” y actualidad al clásico.

    Disney ha tenido el marchamo de ser una “fábrica de sueños”. Es por ello que, sus versiones de cuentos clásicos han sido siempre muy libres. Tanto es así que una historia dramática con finales trágicos en la mayoría de las ocasiones se convierta en un relato de ensoñación. El cuento de la Sirenita narrado por Disney no es distinto a su tónica habitual, pues, aunque en su narración toma algunas cosas del cuento original del danés Hans Christian Andersen, sorprende la libertad con que modifica elementos importantes de la historia.

    Antes de comenzar a comparar ambas narraciones detengámonos un momento en analizar qué es una sirena a lo largo de la historia. Las sirenas eran seres mitológicos que aparecen definidos en textos desde la Antigua Grecia hasta los Bestiarios medievales como un ser híbrido entre mujer con patas y alas de pájaro o mujer y cola de pez. Uno de los pasajes más famosos donde se cita a las sirenas es en el libro la Odisea. En el canto XII se cuenta como el héroe Ulises debe con sus hombres hacer frente a las Sirenas, seres marinos encantadores que seducen con sus cantos y que, si el navegante sucumbe a ellos, se ahogará. Estos seres marinos en la mitología griega se representan mitad mujer mitad pájaro con garras y alas, como podemos observar en la crátera griega conservada en el British Museum (Ilustración 2) que cuenta este pasaje del canto XII.

    No será hasta el siglo VIII, en la Alta Edad Media, cuando en un libro, el Liber Monstrorum, aparezca la primera definición de sirena como la concibe en su cuento Andersen y como luego la toma Disney. Aquí se dice lo siguiente sobre estos seres: “Las sirenas son doncellas marinas que seducen a los navegantes con su espléndida figura y con la dulzura de su canto. Desde la cabeza hasta el ombligo, tiene cuerpo femenino, y son idénticas al género humano: pero tienen las colas escamosas de los peces, con la que siempre se mueven en las profundidades”.

    Si observamos la definición del Bestiario, la sirena es seductora con su canto y eso la hace en un mundo moral como era el medieval, malvada, pues lleva a la perdición a los navegantes; aunque esta visión aparece narrada de pasada en el cuento de Andersen, en este pasaje: “(…) y con arte exquisito cantaban a los marineros las bellezas del fondo del mar, animándolos a no temerlo; pero los hombres no comprendían sus palabras, y creían que eran ruidos de la tormenta (…)”. Su perspectiva está llena de romanticismo y ensoñación. Se presenta el mundo marino y de las sirenas como un reino distinto al de los humanos cuyas reglas son distintas y en ese ámbito se mueve el cuento de Andersen, en el intento de transgresión, por parte de la protagonista, de las normas del reino terreno y el marino. En el relato del danés, este respeta las leyes que rigen a los mitos y los castigos a los que pueden enfrentarse los actores de dichos intentos de transgresión. En el caso de Disney la Sirenita sí tiene un nombre, Ariel pero en el caso de Andersen nunca se dice su nombre.

    La Sirenita es la más pequeña de todas las hijas de Tritón al inicio del cuento se presenta melancólica, como si algo le faltara en su mundo submarino, y no es hasta subir a sus quince años a la superficie cuando ante la presencia del príncipe, se llena de vida y de amor. Puesto que, la presencia de las sirenas hace naufragar a los barcos, ella debe salvar al príncipe del naufragio de su navío, como así lo hace. Al volver al mar, totalmente enamorada de él, busca desesperadamente la posibilidad de estar a su lado y le pregunta a su gran confidente, su abuela, en el cuento de Andersen y esta le dice el gran secreto, que sólo si el príncipe se enamora de ella de verdad, podrá tener alma y permanecer entre los humanos, ya que las sirenas, nos cuenta Andersen, eran seres que vivían 300 años y que se convertían al morir en espuma marina, sin alma, sin poder alcanzar aquello que sí alcanzan los seres humanos, la inmortalidad.

    Hasta el momento la narración por parte de Disney y Andersen es parecida, pero ante las dificultades que encuentra la protagonista para vivir su amor por el príncipe podemos empezar a ver los primeros cambios de guion. Uno muy importantes es que el rey padre de la Sirenita, tiene en el cuento de Andersen un papel escaso, sin embargo, en la versión de Disney toma un papel preponderante, sobre todo al final. En el cuento de Andersen la Sirenita va a hablar con la bruja que le concede ir a la superficie como una doncella con piernas, pero con una condición, su preciosa voz. Ella, desesperada, acepta la oferta de la bruja. Al subir a la superficie busca al príncipe que la recibe en el castillo y aquí también encontramos grandes diferencias con respecto al cuento de Disney, porque si bien en el cuento de Disney Eric se muestra confuso porque ve en Ariel a ratos a aquella chica que lo salvó del mar, en el cuento de Andersen la cosa cambia, y en un pasaje el autor deja claro el sentimiento del príncipe hacia la Sirenita: “(…)Cada día aumentaba el afecto que por ella sentía el príncipe, quien la quería como se puede querer a una niña buena y cariñosa; pero nunca le había pasado por la mente la idea de hacerla reina(…)”. La Sirenita no puede decirle a él que ella es la persona que lo salvó y la que él busca, aquí Disney pone algunos obstáculos en el cuento, como en la nueva versión el personaje de Vanessa, pero en el cuento de Andersen las cosas son de otra manera. Al cabo del tiempo, la Sirenita tiene que sufrir que el príncipe busque esposa y acabe enamorándose de su prometida con la que finalmente se casa.

    En el cuento narrado por Disney como sabemos, aunque el personaje de Halle Bailey tiene dificultades, cumplirá con su final feliz, es decir, el padre, Tritón, concede por su lucha a su hija que pueda vivir entre los humanos y se case con Eric; en el texto de Andersen, sin embargo, nunca se trasgreden las normas del mito, pero la solución del autor es romántica y noble para la protagonista. Las hermanas de la Sirenita le dicen que debe clavar un cuchillo en el corazón del príncipe y que al derramar su sangre en los pies le volverá a crecer la cola como sirena. La oferta de sus hermanas es la de volver a la vida marina de nuevo, más bien revertir el hechizo de la bruja, pero la protagonista siente hacia el príncipe un amor tan verdadero que incapaz de matarlo esperará a su destino de convertirse en espuma marina al amanecer. Ese acto de amor, Andersen lo premia convirtiendo en su final a la Sirenita en una de las hijas del aire, que pueden ganarse con buenas acciones lo más ansiado, la inmortalidad.

    Como vemos, Disney en sus adaptaciones de los cuentos clásicos y populares nunca abandona su lema: “fábrica de sueños”, puesto que siempre en sus narraciones maravillosas hay un final feliz a los problemas reales de la vida que contaban los cuentos populares en su origen.

    Los cuentos y la mitología intentaban dar explicación a los sinsabores de la vida, a los hechos trágicos que tienen que acompañarnos como ser humano, es por ello que, los personajes mitológicos siempre se presentan separados del género humano, en ocasiones para aleccionarlos. No podemos negar la influencia de Disney en el imaginario popular actual, la fuerza con que presenta e incluso actualiza los cuentos o la mitología, pero esa actualización no debe pasar por una visión equivocada para el público que se refleja en esa creación de finales que poco tienen que ver con la vida.

    Los cuentos de Andersen o de los hermanos Grimm no tenían la ambición de “fabricar sueños” sino más bien tenían la necesidad de presentar problemas en ámbitos como: el amor, la vida y la muerte. La fuerza de esos tres conceptos universales es lo que continúa haciendo inmortales a esos cuentos tradicionales y a las narraciones mitológicas que todavía hoy día nos inspiran.

    Ilustración 1: Sirena o Ninfa marina, por Edward Burner Jones

    Ilustración 2: Crátera griega. British Museum(Londres)

  • Voltaire en la Sierra de Aracena

    Voltaire en la Sierra de Aracena

    Sección Descubriendo el Mediterráneo, séptimo artículo

    “Ya estaban Cándido, Cunegunda y la vieja en la aldea de Aracena en mitad de los montes de Sierra Morena; y decían lo que sigue en un mesón”.

    Capítulo IX: Qué fue de Cunegunda, de Cándido del gran inquisidor y el judío. Cándido o el optimismo.

    François- Marie Arouet (Voltaire) es un autor muy conocido, ya que su obra filosófica nos ha legado las bases del pensamiento ilustrado y las del liberalismo político actual. En su obra destaca un pensamiento muy avanzado para su época, el siglo XVIII, basado sobre todo en algunos principios fundamentales que dejó reflejado en ciertos escritos, por ejemplo su Tratado de la tolerancia. En esta obra, defiende un

    nuevo modelo de sociedad basado en la tolerancia de carácter religioso. Pero la vida de este defensor de ese importante valor no era modélica precisamente, ya que está constatado que para enriquecerse se dedicaba al comercio de esclavos, negocio muy lucrativo en aquella época.

    El pintor surrealista Salvador Dalí, en la imagen que abre este artículo nos muestra esa segunda faceta de este ilustrado, que podría contradecir gran parte de esa teoría filosófica que muchos estudiamos en el bachillerato, e incluso en los cursos superiores de secundaria. Y es que en la imagen, en primer término, vemos a un conjunto de personas que están en un mercado de esclavos y, si afinamos la vista aparece una segunda imagen que es el busto de Voltaire realizado por Houdon, un escultor coetáneo suyo, y que hoy se puede contemplar en el Museo del Louvre (París).

    Dentro de la obra de Voltaire destaca una fábula filosófica, la obra Cándido o el optimismo, un libro pequeño y de fácil lectura que publicó en 1759. Este artículo se titula Voltaire en la Sierra de Aracena porque sorprende, cuando se lee el libro, que un autor francés tan relevante que elige a Huelva (La Sierra de Aracena) como destino a donde acudiría Cándido. Este personaje creado por Voltaire, es un hombre bueno, que cree en “el mejor de los mundos posibles”, mantiene una visión optimista de la vida, aún cuando debe pasar verdaderas penurias que no se van solucionando, sino empeorando.

    Cuando el lector se acerca al breve capítulo IX de esta obra puede preguntarse: ¿Estuvo verdaderamente Voltaire en la Sierra de Aracena? ¿Qué interés puede tener ese lugar para este escritor? La respuesta está en cómo se encontraba esta zona en el año en que se escribe la fábula. Cuando Voltaire publica el libro hace escasamente cuatro años que ha ocurrido uno de los mayores desastres europeos del momento: el terremoto o mejor dicho el maremoto de Lisboa (1755). El filósofo, al enterarse del tremendo desastre, pide a los comerciantes andaluces con los que trata y a amigos cercanos a Portugal, que le narren lo sucedido. Profundamente impactado por las noticias del suceso, un año después Voltaire le dedica a Lisboa el poema: “El desastre de Lisboa” donde vuelca toda su melancolía y dolor por lo ocurrido.

    En las crónicas de la época se narra que este terremoto afectó, sobre todo, a Extremadura, Huelva, Sevilla y Cádiz. Dentro de estos espacios, la Sierra de Aracena se vio afectada y el autor coloca allí a Cándido y sus acompañantes que, en su optimismo, parece no percatarse de los desastres que le rodean. Imaginen cómo se encontraban aquellos pueblos de la sierra y sus construcciones más importantes, como las iglesias y sus torres, buena parte de las cuales fueron reconstruidas por la familia de arquitectos sevillanos Figueroa, entre mediados y finales del siglo XVIII.

    Voltaire, probablemente, solo a través de cartas, crónicas y encuentros con sus amigos pudo conocer nuestra magnifica Sierra de Aracena pero, al elegir este lugar destruido para las aventuras de su protagonista, quizás le dio a este hecho un carácter más bien simbólico. Tal vez pensó que la destrucción del terremoto de Lisboa y sus consecuencias podían hacer renacer esos lugares de nuevo. Quizás quiso decirnos que el ser humano de la ilustración tenía, necesariamente, que destruir los modelos del pasado y buscar un nuevo futuro que pudiera asemejarse a un nuevo renacimiento. Los acontecimientos revolucionarios que tuvieron lugar en los años siguientes (Revolución francesa y sus consecuencias) cambiaron para siempre el modelo de sociedad hasta entonces conocido y tal vez Voltaire, con esta historia, se constituyó en todo un visionario de la nueva sociedad que, en pocos años, habría de venir.

    Bárbara Yáñez Feria

  • ¿Es la beca Erasmus el nuevo ‘Grand Tour’?

    ¿Es la beca Erasmus el nuevo ‘Grand Tour’?

    Sección ‘Descubriendo el Mediterráneo’. Sexto artículo

    Desde que se inició el programa Erasmus allá por 1987 como forma de intercambios universitarios en el ámbito de la Unión Europea, los estudiantes de muchos países se han beneficiado de una forma interesante de conocer nuevos lugares, nuevas culturas y, por supuesto, de estudiar en sistemas educativos diferentes y asignaturas que no se pueden cursar en sus países de origen. La vocación con la que nació la Beca Erasmus era la formación, la educación, la juventud y eldeporte; además, esta famosa beca recibe su nombre en honor a uno de los más ilustres humanistas del siglo XV y XVI: Erasmo de Rotterdam. Este sacerdote, dedicó buena parte de su vida a cultivarse y a escribir obras tan sonadas como su Elogio de la locura; en ese afán por conocer destacaron también sus viajes, sobre todo a Inglaterra e Italia.

    Hoy en día, los estudiantes esperan emocionados a su tercer o cuarto año para acceder a estas becas que les permiten mirar más allá y conocer otros contexto, otros lugares, ya no solo de la geografía de los países de la Unión europea sino que este programa se ha ampliado a lugares que no pertenecen a la misma e incluso ya no  es una beca exclusivamente universitaria, sino que estudiantes de la Enseñanza Secundaria o la FP solicitan y disfrutan, desde hace algunos años, de esta práctica.

                Este artículo se inicia realizando una pregunta: ¿Es la beca Erasmus el nuevo Grand Tour?  Para contestarla primero tenemos que hacer un viaje en el tiempo, en concreto acudir a los siglos XVII, XVIII y XIX y conocer qué fue el Grand Tour. Si traducimos del francés, las palabras significan “gran gira”o “gran viaje”. Debemos imaginarnos un momento histórico en que el acceso a la educación era sólo para unos pocos, únicamente para los aristócratas que podía pagar a instructores privados para sus hijos. Ni qué decir tiene que las mujeres recibían una educación más básica dentro de esta aristocracia. Hacia finales del siglo XVII, Inglaterra consolida su gobierno después de la instauración de su sistema parlamentario inglés. Se une a esta circunstancia un nuevo pensamiento que parece florecer con autores como David Hume, cuya aportación será el Empirismo, corriente filosófica que  ayudará también a evolucionar en ámbitos como el de la Ciencia. En ese contexto, y con  idea de buscar siempre el apoyo empírico de lo que puede ser palpado y comprobado, nace el Grand Tour, un viaje que incluía los países de Italia, Francia y Grecia para los ingleses y para los franceses Italia, Grecia e Inglaterra. Este viaje era, en cierto modo, una forma de clausurar los estudios superiores, era la puesta en práctica de lo aprendido en los libros a través del viaje de conocimiento; recordemos que esto era algo exclusivo de la aristocracia, sin ningún parecido, en este aspecto, con la beca Erasmus actual y su idea democrática de igual acceso a disfrutar de este aprendizaje, recordemos que es una beca. En el caso de los estudiantes que acudían al Grand Tour, estos eran hijos de aristócratas que podían permitirse ir a los mejores sitios e incluso solían alojarse en los palacios de sus padres o amigos de la familia. Los estudiantes permanecían en estos lugares un mínimo de seis meses, pero el viaje se podía prolongar años, e incluso  llegaban a imbuirse de la cultura de los países que visitaban; así, algunos, se hacían retratar ataviados a la moda de esos lugares, como vemos, por ejemplo, en el retrato de Lord Byron vestido con traje de albanés por Thomas Phillips, que se conserva hoy día en la National Portrait  Gallery de Londres.

    Con el paso del tiempo, ya en el siglo XVIII, el Grand Tour se convirtió en  un viaje ilustrado que buscaba  completar, con la experiencia, aquello que había sido razonado a través de los densos años de estudio: Grecia con su arte clásico, Roma con sus ruinas, solían ser  los puntos de referencia. En el siglo XIX, cambió la mirada y el viajero romántico  ya no  buscaba razonarlo todo sino que se dedicaba a contemplar y a disfrutar de aquello que le marcaban las emociones;  por estos años nace la fascinación por Andalucía como destino exótico, misterioso, lleno de personajillos como el pícaro, la flamenca o el bandolero.

    Fruto de ese Grand Tour romántico, en este caso por Italia, son los escritos que nos legó Henry Beyle (Stendhal) en su obra Roma, Nápoles y Florencia, donde podemos encontrar narrado el famoso síndrome que lleva su nombre.  Pero, aunque el Grand Tour era un viaje que tenía como meta completar el conocimiento adquirido en los libros, no todo los aristócratas aprovechaban el tiempo cien por cien en el estudio, algunos se dedicaban más al ocio y a ser unos diletantes, otros a la compra o preparación de interesantes souvenir que le acompañarían toda su vida, retratos con esculturas griegas, o encargando a artistas como Canaletto, en Venecia,  las llamadas “vedute” (puntos de vistas), para decorar sus futuros hogares. Estamos pues en un viaje, Grand Tour, que nos ha legado dos interesantes aportaciones en la actualidad: por un lado el aspecto formativo y de conocimiento que hoy día ha tomado como testigo la Beca Erasmus, y por otro el turismo que nace a mediados del siglo XIX con los primeros viajes organizados de Thomas Cook. 

    Por tanto, si bien  podemos decir que hay una gran parte de verdad en que el Grand Tour es hoy día el origen de la beca Erasmus, en realidad es mucho más. Aunque  de origen aristocrático, hoy día esta beca es una nueva versión  de aquellos grandes viajes, fruto de nuestra sociedad occidental que ha democratizado una práctica que en siglos anteriores estaba reservada sólo a unos pocos. Esa democratización del acceso al conocimiento de otros países o a culturas  distintas  a las de origen, hace que nuestra mirada se ensanche con más facilidad y que el mundo quede interconectado, que valoremos nuestro lugar, y que podamos generar una sociedad más solidaria y empática.

  • Wakefield, un ‘Ghosting’ en el siglo XIX

    Wakefield, un ‘Ghosting’ en el siglo XIX

    Sección ‘Descubriendo el Mediterráneo’ . Quinto artículo

    De alguna vieja revista o periódico recuerdo una historia, contada como cierta, respecto a un hombre – llamémosle Wakefield- que se ausentó  durante un largo tiempo del hogar que compartía con su esposa. El hecho, dicho así en abstracto, no es muy raro, ni tampoco – sin una debida consideración de las circunstancias-debe ser condenado como malo o insensato. Sin embargo, aunque haya estado lejos de ser el caso más grave, es quizás el más extraño que se haya registrado sobre la inconducta marital…”

    Wakefield, Nathaniel Hawthorne

    Hoy en día, en el que nuestras relaciones sociales están marcadas por las redes, han surgido, de un tiempo a esta parte, nuevas formas de nombrar a distintas conductas emocionales;  una de las más conocidas y de la que todo el mundo ha oído hablar, sobre todo la gente joven, es el ghosting. Si recordamos, esta práctica supone que, después de un cierto tiempo de contacto intenso con una persona, desapareces de su vida y casi siempre de sus redes, bloqueando su número, o simplemente ignorando sus mensajes, sin dar una explicación madura o de peso. Esta práctica, que ha tomado un término anglosajón, nos parece algo nuevo pero realmente es muy antigua; quién no ha escuchado alguna vez esa expresión de: “se fue a por tabaco, y no volvió”. 

    En los inicios del siglo XIX, no existían las redes sociales para dar carpetazo a una relación de amistad o sentimental entre dos personas, por eso estos hechos de desapariciones misteriosas podían ser hasta objeto de noticia en el periódico. Ahora la práctica se ha normalizado, pero a inicios del siglo XIX un escritor norteamericano, Nathaniel Hawthorne, quedó asombrado por una noticia en el periódico que recogía un hecho de esta índole y que le inspiró un relato corto: Wakefield, que ha sido definido por grandes escritores como Jorge Luis Borges como uno de los mejores de la Historia de la literatura.  Lo asombroso de este relato corto son varias cosas, por ejemplo, en un momento en el que todavía no existe el cine, el narrador, parece que está contando con una voz en off todos los momentos por los que pasa esta historia de ghosting. Y es que Wakefield es un relato muy visual, porque desde el primer momento podemos vislumbrar cómo el protagonista se aleja de la vivienda conyugal y cómo de forma meditada busca una casa cercana para desaparecer, ni más ni menos que veinte años. Nathaniel Hawthorne asombra, además, en su relato por no juzgar en un primero momento la actitud del protagonista, solo lo presenta pensando en cómo debe sentirse su mujer que poco a poco lo va olvidando, lo da por muerto e intenta rehacer su vida. Esta actitud del protagonista podría resultarnos morbosa, pero el autor nos lo expone como un proceso de cambio en Wakefield: “En Wakefield, la magia de una sola noche ha forjado una transformación similar, porque en ese breve periodo se ha producido un gran cambio moral. Pero ese es un secreto personal”.

    Probablemente lo que más le asombró a Nathaniel Hawthorne de esta noticia del periódico fue su final: el hombre vuelve a su casa tras veinte años viviendo simplemente en un piso aledaño, habiendo observado todo el sufrimiento y pesar de los suyos por su desaparición, pero también asistiendo al proceso de olvido que ocurre en los seres humanos para continuar con la vida. Terminaba la noticia, en la que se inspiró el escritor, diciendo que después de esa desaparición injustificada, se convirtió hasta su muerte en un marido ejemplar.

    Recomiendo la lectura de este breve relato, o ver la película homónima adaptada en el 2016 por Robert Swicord, para entender un poco mejor las formas de actuar que en ocasiones tiene el ser humano. El autor deja abierta la puerta a lo que ocurre después en el domicilio conyugal, tras la vuelta de Wakefield. En el cuento, no sabemos si su mujer pudo realmente perdonar ese sufrimiento de veinte años como mujer abnegada, o Wakefield tuvo que ser, hasta su muerte, un marido ejemplar para pagar toda la culpa generada por ese episodio morboso de su vida que se había prolongado durante dos décadas.

                                                                              Bárbara Yáñez Feria

  • Saturno devorando ¿polvorones?

    Saturno devorando ¿polvorones?

    Sección ‘Descubriendo el Mediterráneo’. Cuarto artículo

    “Rea tuvo de Cronos hijos preclaros: Histia, Deméter, Hera, la de las áureas sandalias, el fuerte Hades, que mora en subterráneo palacio y tiene un corazón despiadado, el estruendoso Poseidón, que bate la tierra, el próvido Zeus, padre de los dioses y de los hombres, que con el trueno hace estremecer la anchurosa tierra. A todos los iba devorando el gran Cronos, así que, saliendo del sagrado vientre de la madre, llegaban a sus rodillas, con el propósito de ningún otro de los nobles descendientes del Cielo tuviera entre los inmortales la divinidad real (…) por este motivo no vigilaba en balde, sino que, siempre al acecho, devoraba a sus hijos, causando a Rea vehemente pesar…”

    La Teogonía de Hesíodo (453-467)

    El ser humano ha tenido desde tiempos inmemoriales en un lugar destacado de su quehacer diario, puntos de ruptura o de cambios; me refiero, naturalmente, a los rituales o las fiestas. La Navidad es una de las fiestas más importante dentro del calendario cristiano occidental, pero en muchos aspectos es ya solo una excusa para romper la rutina diaria o para tener unos días de asueto. La Navidad marca una parte muy importante dentro del calendario litúrgico cristiano, pero ¿te has preguntado qué había antes de ella? ¿Ha existido siempre?

    La realidad es que antes de que se consolidara el Cristianismo y su calendario, el ser humano ya tenía sus propios ciclos muy marcados por la naturaleza. Y es que parece que esa frase popularizada hoy día de: No me toques las palmas que me conozco, ya era dicha o tal vez pensada, desde la antigüedad, y nuestros antepasados sabían disfrutar también de fiestas patronales, no necesariamente cristianas, aunque sí dedicadas a un dios.

    He titulado este artículo Saturno devorando ¿polvorones? Porque nos habla del maravilloso sincretismo religioso que simboliza nuestra Navidad. Sincretizar es aunar tradiciones de un lugar o un pueblo, y en esto podemos sentirnos reconocidos los Europeos y occidentales cuando hablamos de la festividad que originó la Navidad, las Saturnales romanas.

    Las Saturnales reciben ese nombre porque están dedicadas a uno de sus dioses fundacionales, el dios Saturno (Cronos en la mitología griega). El dios Saturno es uno de los dioses más curiosos del panteón romano porque, aunque se asemeja a Cronos, padre de Zeus, en el mito griego, es además un dios agrario, con lo cual realmente aúna en sí mismo las cualidades de Cronos dios del Tiempo y Deméter la diosa hija de Cronos, dedicada a la agricultura. Es un dios terrible y taimado, como cuenta Hesíodo en su Teogonía, ya que primero para poder reinar castró a su padre Urano y luego, para poder mantener su poder soberano, cada vez que nacía uno de sus hijos los engullía, hasta que Rea encontró la solución ofreciéndole una piedra y haciendo que su hijo Zeus se salvara convirtiéndose finalmente él en dios supremo. Es un dios, además, que da nombre al saturnismo, una enfermedad que se produce por el exceso del contacto con el plomo y que provoca cierto trastorno neurológico; el personaje del Sombrerero Loco en Alicia en el País de las Maravillas la padece, ¿y por qué un sombrerero? Porque usaba pigmentos con plomo para dar color a sus sombreros…

    Lo más interesante de este dios eran las fiestas que se dedicaban a él a partir del 17 de diciembre, las Saturnales. Eran fiestas en las que todo se ponía patas arriba, los ritmos vitales cambiaban absolutamente y casi podemos decir que Roma se convertía en un verdadero carnaval: las mujeres se vestían de hombres y viceversa, los patricios servían a sus esclavos, todo ello completado por una bella decoración vegetal, uso de velas y, finalmente, el intercambio de obsequios y regalos ¿os suena? Pues bien, del 17 de diciembre las fiestas se extendían mágicamente hasta el día 25 de diciembre, cuando concluían con la celebración del Natalis Solis Invicti: El nacimiento del sol Invicto porque, a partir del 21 de diciembre y del Solsticio de invierno, los días comienzan a crecer y todo se va preparando para el renacimiento que supone más tarde la Primavera. A esto se une el cambio de año que es toda una renovación. De manera que cuando hacia el 320 d.C el papa Julio I fijó la Navidad como festividad que sustituía las Saturnales, hizo todo un acto simbólico convirtiendo a Jesucristo en el Sol que nace y que además inicia un nuevo ciclo. Este cambio no se realizó antes porque hasta el 313 d.C con el Edicto de Milán no será cuando el emperador Constantino acepte el cristianismo como religión; antes, de forma clandestina, es probable que en esos días de asueto, en las Saturnales, los primeros cristianos en sus Domus Ecclesiae (casas dedicadas a iglesias) o en sus catacumbas ya homenajearan la Natividad del Señor.

    Hoy día se ha desdibujado la simbología de la Navidad, en el sentido cristiano. La Navidad es una excusa para el gasto, el exceso y todo está marcado por el marketing (la imagen de Papá Noel vestido de rojo remite directamente a una campaña de Coca Cola). Aunque sea ya la Navidad una fiesta más pagana que religiosa, lo cierto es que el ser humano no ha perdido su intención de romper la rutina, si bien es verdad que su sentido lo ha desacralizado buscando otros nuevos. Ahora parece que la Navidad es más una vuelta a las Saturnales romanas que un ritual en torno a un humilde niño nacido en un pesebre. Aunque ahora, a Saturno, en vez de devorar a sus hijos, lo tengamos entre nosotros devorando polvorones de “El Patriarca” por Navidad. Intentemos mantener, de alguna forma los rituales, como dice el filósofo surcoreano Byung- Chul Han en su obra La desaparición de los rituales: “los rituales son en la vida lo que el espacio son a las cosas”. Este filósofo viene a decirnos que no perdamos ese, para el ritual, en nuestras vidas. Así pues, homenajeemos a Jesucristo, al Sol o a Saturno, pero no perdamos esa perspectiva de lo que significan los ritos solo por la mera marcha que nos va marcando la sociedad actual y el consumismo.

    Imagen: Saturno devorando polvorones, collage realizado por Diego Yáñez Revuelta

  • Un café con Melusina

    Un café con Melusina

    Sección ‘Descubriendo el Mediterráneo’. Segundo artículo

    En bosque nacida,
    en río casada,
    así yo mi vida
    la quiero, ¡tan larga!
    Había hoy soñado
    Con las hondas aguas
    Y yo allí en lo oscuro
    Dormir no lograba.

    Fragmento del poema Melusina de Hugo Von Hofmannsthal

    Estoy prácticamente segura de que todos o casi todos nuestros lectores se han tomado alguna vez en su vida un café con Melusina. Este hada, cuya leyenda celta tomó relevancia allá por el siglo XIV, hoy día nos ofrece, cuando vamos a verla a su casa, ricos cafés, smoothies y una gran variedad de dulces y bollería, no a un precio muy barato, pero lo confortable de su pequeño palacio hace de su casa uno de los lugares de ocio con más fama en todo el mundo.

    Pero, ¿Quién es este hada que tan amablemente todavía nos ofrece cosas y que hoy día, con la magia del marketing, sigue pululando en nuestro imaginario social aún sin darnos cuenta?

    El hada Melusina, o también llamada en algunos textos Melisenda, es un hada cuya historia hay que buscarla en la mitología celta. Con el tiempo y la llegada de la Edad Media su leyenda se insertó en el Ciclo artúrico, porque ella y sus hermanas serán enviadas a la isla de Ávalon, ese lugar mítico donde también vivió la famosa hermana del rey Arturo, Morgana.

    Pues bien, podría haberse quedado la historia de Melusina como una leyenda más en los pueblos de Francia o Inglaterra si no fuera porque en el contexto de la Guerra de los Cien años, que enfrentó precisamente a los dos países antes citados en el siglo XIV, el duque de Berry decidió que, para dar prestancia y honor a su feudo en Lusignan, Melusina se convirtiera en la imagen matriz de su escudo heráldico y que su estirpe entroncara con su familia. Para llevar a cabo esta tarea de ennoblecimiento y de conexión entre el mito celta y la realidad, le encargó a un escritor Jean D’ Arras que trazara un árbol genealógico cuya madre fuera precisamente nuestra hada y su marido el bello Raimodín. Hoy día todavía, en los pueblos que pertenecieron a la familia Lusignan, se escucha cuando alguien muere el famoso grito de Melusina porque ella, como antes os he dicho, nunca ha dejado de estar entre nosotros ni entre los habitantes de su feudo, a los que protege.

    Melusina era de origen noble, su madre era hada y su padre Elinas era el rey de Escocia. Tanto la historia de la madre de Melusina, Presina, como la de ella, están marcadas por secretos mágicos que son incumplidos cuando la curiosidad de sus respectivos maridos es extrema. Es decir, Presina antes de casarse con Elinas le pide que nunca la vea dormida, incumpliendo este su promesa. Presina debe huir con sus hijas a la isla de Ávalon, aun amando todavía a su esposo. Melusina es la hija mayor y desarrolla, ante la situación, un rencor inusitado hacia su padre y eso hace que decida, junto con sus hermanas, encerrarlo en una montaña. Presina, al enterarse, castiga a sus tres hijas, cada una a una cosa. Melusina se convertirá, cada sábado de su vida, de cintura para abajo, en un animal de dos colas a modo de sirena y su marido nunca debe verla ese día, o perderá el derecho a seguir viviendo con ella.

    Melusina acepta su castigo pero un día, mientras danza en el bosque en la llamada Fuente de la Sed, aparece Raimodín, taciturno tras matar accidentalmente a su tío en una cacería. Melusina se enamora de inmediato de él y, como es un hada, consigue atraer la atención del caballero de forma instantánea. Pronto se enamoran y se casan. Según cuenta Jean D’Arras en su genealogía, ella será la artífice de todos los bienes y maravillas que hoy día pueden verse en el antiguo ducado de los Lusignan: su castillo, palacio, iglesia; cuenta la leyenda que todo ese esplendor del Bajo Gótico del siglo XIV es fruto de las manos mágicas de este hada que, llena de felicidad, colmaba a su esposo de regalos, además de darle una gran estirpe de muchos hijos; aunque el texto deja claro que todos estos hijos tenían o un defecto o una peculiaridad, ninguno había nacido con la extraordinaria belleza de sus padres.

    Raimodín había aceptado que cada sábado su esposa desapareciera pero la curiosidad fue creciendo e incluso los celos, es por ello que un sábado se asomó por la ventana de la habitación de nuestra hada y la descubrió disfrutando de un baño, con sus dos colas de serpiente, aunque en otros textos aparece con una sola cola de sirena. Quedó horrorizado ante el espectáculo y Melusina, indignada y muy triste, maldijo la futura vida de su marido y desapareció del feudo para siempre. Desapareció para los ojos de sus hijos y su marido pero cuenta la leyenda que siempre los cuidó y que, desde la distancia, siguió construyendo edificios y dando esplendor al ducado de los Lusignan. Era una madre y esposa tan amorosa que, cada vez que tañían las campañas por la muerte de un integrante de la familia, se escuchaba en lontananza el grito de dolor del hada.

    En mitología, la mujer sierpe o la sirena están asociadas con mujeres poderosas pero que hacen o pueden llegar a hacer el mal. Melusina es una más de ese mundo antiguo que marcó a la mujer poderosa y sabia como aquella que debía ser condenada, como le ocurrió a Melusina. Es interesante que recordemos hoy esta leyenda viendo, a pesar de su enfoque, algunos rasgos innovadores: aunque es una mujer que se convierte en sierpe, es la fundadora de un linaje, dadora de vida, que cuida con amor a Raimodín y el duque de Berry la hace artífice de todas las maravillas de su señorío.

    Hoy Melusina, ese personaje legendario, es además la imagen de la marca de la conocida cadena de cafeterías Starbucks. Si se observa el logo, ves a una mujer de larga melena coronada simbolizando su nobleza y rodeada por su doble cola de sirena. Y es que los clásicos, los mitos y las leyendas, como se puede ver, siempre nos acompañan hasta en lo cotidiano. Hoy las cosas han cambiado y se han reinventado; la diseñadora de la imagen de este establecimiento, desde su estudio en EE.UU, vio las posibilidades que todavía aporta la mitología al mundo real y le dio una nueva vida a Melusina; la sacó de su castillo y la puso entre nosotros a modo de marca. Es un cambio, el signo de los tiempos, pero nos hace saber de lo necesario y perdurable que son los mitos aún en nuestra sociedad actual.

  • Hamlet, un ‘breadcrumbing’ que acabó en tragedia

    Hamlet, un ‘breadcrumbing’ que acabó en tragedia

    Sección ‘Descubriendo el Mediterráneo’. Segundo artículo

    Foto: Ofelia. John Everest Millais

    “En cuanto a Hamlet, y a ese devaneo de sus favores, considéralo una moda, solo un capricho de su lozanía…”

    Laertes a Ofelia, Acto I. Escena III.

    El otro día estaba en un bar con una amiga, departiendo de lo divino y lo humano, pues por suerte todavía tengo gente con quien hablar durante un largo tiempo, sin tener la barrera digital del móvil. Sin embargo, en un momento de la conversación, el móvil de mi amiga comenzó a vibrar desesperado, una y otra vez, y a mi acompañante se le iluminó la cara; sin mediar palabra, ni pedir disculpas por abandonar nuestra animada conversación, cogió el móvil cual zombi, y comenzó a escribir y contestar esos mensajes con un ritmo frenético. Mientras, yo miraba a mi alrededor y coqueteaba también con mis redes sociales, por no parecer tonta en un mundo en el que mirar al frente y ver al que pasa está ya casi mal visto. Después de, aproximadamente, 20 minutos levantó un poco más tranquila la cabeza del aparato y como si no hubiese pasado nada dice: bueno, de qué estábamos hablando? Pero como comprenderán, después de 20 minutos mirando a otro lado, viendo pasar el mundo, hojeando algunas páginas de ropa, artículos de actualidad, estaba completamente olvidada de cualquier discurso que antes hubiésemos llevado. Entonces yo le comenté, porque era la segunda vez que esta escena se repetía: bueno, creo que debes contarme qué te traes entre manos. Entonces ella, con una expresión entre la timidez y la excitación, me dijo: creo que me estoy enamorando, pero no quiero decir nada porque, bueno, tú sabes, es un hombre muy ocupado, me ha escrito hoy, ya hacía dos días que no sabía de él, pero dice que tiene muchas ganas de verme. En cuanto mi amiga dijo está muy ocupado, pero tiene muchas ganas de verme, saltaron todas mis alarmas, porque ya en sí misma esa frase tiene una contradicción. Es como un sí pero no, ya que cuando hay interés esas muchas ganas se hacen realidad.

    Pasaron los días y, tras esa conversación, volví a ver a mi amiga un par de veces, las dos últimas desesperada. Me dijo que había visto a ese chico, pero que él prefería ser el que establecería el contacto, porque estaba liadísimo, tal y cual. Por desgracia, mi amiga parecía no darse cuenta de que estaba viviendo lo hoy se llama un breadcrumbing, o una de cal y otra de arena, como podíamos llamarle, de toda la vida. Este concepto, en inglés, significa “dar migajas” es decir, dar pistas de interés sin consolidar nada realmente; es una práctica un tanto narcisista que pueden llevar a cabo tanto hombres como mujeres, pues nadie suele estar libre de ella. Pero un concepto que nos parece hoy tan moderno, resulta que no lo es. Casualmente, en medio de esa historia fallida de mi amiga, yo releía una de mis tragedias favoritas de Shakespeare, Hamlet, y qué casualidad que el propio Hamlet parecía, en sus relaciones con Ofelia, el hermano mayor de ese chico con el que estaba quedando mi amiga. Digo hermano mayor, porque a Hamlet se le fue la mano con el breadcrumbing a Ofelia tanto que ella acabó suicidándose. Y supe que mi amiga, y otras, podían ser perfectamente Ofelias que, en su ingenuidad, creyeron poder convertirse en algo más para algunos Hamlets indecisos que, sin duda, viven por el mundo. Y es que si algo nos muestra esta tragedia es la duda constante del personaje principal, y cómo esa duda va minando la vida de algunos de los protagonistas de esta tragedia.

    He iniciado este artículo con la advertencia que Laertes hace ya a su hermana Ofelia en el acto I, escena III, y en la que viene a dejarle claro que ella para Hamlet es solo un capricho, y no permanente. Ellla ingenua pregunta: ¿Eso y no más? Y su hermano, convencido, contesta: No pienses que es más que eso… y continúa un largo monólogo donde justifica el porqué no se fía de Hamlet; un monólogo muy parecido al que yo le solté a mi amiga, y al que hizo oídos sordos, al igual que la protagonista de Shakespeare.

    A lo largo de la tragedia, Hamlet despliega su estrategia de dar migajas a Ofelia. En el acto II Escena I Ofelia asustada, se dirige a su padre porque Hamlet ha venido a verla como sonámbulo, y Polonio pregunta sobre él y sobre su actitud hacia ella. Ofelia le dice que lo ha rechazado. Pero Hamlet sigue en su conquista y, en el acto III escena II, le dice directamente a Ofelia, sin cortarse: Señora ¿Puedo echarme en vuestro regazo? y aunque ella en principio le dice que no, ya está totalmente derretida por él.

    Ofelia, entregada como mi amiga a los cantos de sirena del príncipe Hamlet, incluso cree que es en un momento dado el objeto de locura de Hamlet; la propia reina y madre de Hamlet así se lo hace saber en el Acto III, escena I pero, tras el largo y famoso monólogo de Hamlet que comienza con esa perorata existencial del: Ser o no ser, de eso se trata. Se inicia un diálogo entre Hamlet y Ofelia, y éste se muestra dudoso acerca de sus sentimientos por ella, y le dice cosas realmente duras como: ¿Eres honesta? ¿Eres hermosa? Y la pobre Ofelia, confusa ya, pregunta: ¿Qué quiere decir vuestra señoría? Y aquí Hamlet ya concluye: Que si eres honesta y hermosa, tu honestidad no debería aceptar ningún trato con tu hermosura… y se enzarzan en un diálogo que acaba con la perlita más grande que se puede soltar: Métete a un convento ¿Por qué querrías ser procreadora de pecadores?, e incluso insiste en eso del convento dos veces. Ofelia, a pesar de las duras palabras de Hamlet, hasta reza porque sus palabras no sean ciertas, pero él sigue diciendo: … “cásate con un tonto, pues los hombres inteligentes saben muy bien qué monstruos hacéis de ellos. A un convento, vamos, y aprisa además. Adiós”. Como comprenderán los lectores, estas palabras de Hamlet no quedan en saco roto: primero que si puedo ponerme en su regazo, luego voy a verte arrobado, casi sonámbulo… ¡Pobre Ofelia! Este señor le hizo un breadcrumbing en toda regla. Ella ya no puede aguantar más y, dolorida por todo lo ocurrido, enloquece y el rey y la reina intentan evitar esa locura, inducida por el amor poco claro del príncipe, y tras la muerte de su padre Polonio.

    Finalmente Ofelia se suicida entre tanta confusión y dolor y, ya tarde, después de ese breadcrumbing sostenido en toda esta tragedia, todavía Hamlet nos tiene guardado la última puntilla de la obra, en el Acto V, escena I, mientras se produce el entierro de Ofelia, con todos los personajes apenados. Hamlet, incrédulo, comienza a valorar a Ofelia y tiene hasta el atrevimiento de decir en un momento dado: Yo amé a Ofelia. Cuarenta mil hermanos (con su cantidad de amor) no podrán igualar mi suma ¿Qué harías tú por ella?

    Laertes, su hermano se pone violento, porque desde luego para él Hamlet nunca lo ha engañado con sus actitudes zalameras hacia su hermana, tal y como ese chico, con el que estaba quedando mi amiga, tampoco me engañaba a mí con sus actitudes. Por suerte, mi amiga consiguió cortar con ese Hamlet con el que quedaba y, hoy día, parece que ya tiene claro lo que es que te den migajas sin tener previsto darte algo más.

    En la actualidad todo es menos trágico, pero no menos dañino. Tras releer Hamlet, se lo recomendé a mi amiga y, asombrada, comprobó que los clásicos pueden hacer que nos sintamos identificados con actitudes y emociones habituales del ser humano, porque siempre nos hablan de cosas inevitables de las que nunca podremos escapar: la vida, la muerte y el amor.