Por Ernesto Feria Martín

El celebrado ritual de hacer las maletas y abandonar las rutinas cotidianas ha sufrido hondas transformaciones en los últimos decenios. La masiva actividad turística fue una conquista de la bonanza económica de los años 60 con el acceso a bienes duraderos de consumo (automóvil, TV, vivienda, electrodomésticos etc.) y una economía doméstica sustentada en el ahorro. La oferta turística era extraordinariamente limitada y se concentraba en el turismo de sol y playa, visita a ciudades monumentales y poco más, nada que ver con las que ahora se nos ofrecen como “Experiencias turísticas”..
La evolución del nuevo capitalismo hacia la hiperproducción y el hiperconsumo con crecientes cotas de bienestar y libertad individual en nuestras sociedades democráticas han propiciado una explosiva diversificación de actividades turísticas que no parece tener límite. Era necesario satisfacer al nuevo turista y sus recientes e ilimitados deseos de placer de una manera nueva. Si a esto sumamos ser España el segundo país más visitado del mundo tras Francia con unas cifras este año 2023 de 83 millones de turistas y representar la actividad turística el entorno del 13% del PIB nacional, la cuestión invita a la reflexión.
Más allá de las que empiezan a ser no muy seguras concentraciones humanas que observamos en el centro de nuestras ciudades, hoy podemos hacer turismo cultural, ecoturismo, oleoturismo, turismo religioso, deportivo, de salud, sexual, de aventura, rural, gastroturismo, de sol y playa, enoturismo y un largo etc. Todas estas modalidades llevan el sello de una creciente mercantilización colonizadora inicialmente de cualquier actividad humana, sea esta productiva o improductiva. La innovación y el lanzamiento de nuevos productos turísticos se hace urgente pues no hay otra manera de tratar de absorber la ingente marea de personas ávidas del encuentro con lo nuevo, lo placentero, lo lúdico, con lo divertido. Hoy podemos, ademas de los placeres convencionales de una escapada, experimentar ser por un día pescadores de bajura, recolectores de aceitunas, de frutas, bajar a una mina entre otras inusuales actividades.Los turistas estamos ávidos de experiencias de toda índole, hemos dejado de ser un receptor pasivo de bienes y servicios para pasar a convertirnos en un activo turboconsumidor (G. Lipovetsky) de sensaciones y emociones. Gran parte del sector hace girar su actividad sobre el eje de estas ofertas de vivencias y experiencias.
La economía sobre los objetos de consumo y servicios ha sido aquí sustituida, en esta fase de las sociedades de la opulencia, por una economía de la experiencia. Ya no cuenta tanto la actividad por si misma como lo que promete que vas a sentir y experimentar al participar en ella. Pero además este activismo experiencial, este sensacionismo y emotivismo hedonista lleva las marcas de la creciente personalización de las experiencias que se ofertan. Hoy hacemos ya un turismo “a la medida” en consonancia con la demanda ilimitada de nuevas sensaciones y emociones. El hiperconsumidor turístico busca hoy la multiplicación y la variación de las experiencias, la embriaguez de percibir sensaciones y emociones nuevas, placenteras, la felicidad de las aventuras sin riesgos e inconvenientes. Hoy los turistas buscamos activamente estas experiencias Soft que consiguen alejarnos del vacío de las horas a través de una hiperactividad, inicialmente sin rumbo, pero que es necesario reordenar, conducir y sobre todo capitalizar.
De estas Experiencias soft deseamos su carácter plano, lineal y acumulativo que las hace especialmente útiles para protegernos de cualquier sobresalto pues queremos que se muevan en el terreno de la previsibilidad y la seguridad. Deseamos que solo modifiquen el epitelio de lo que somos, conseguir con ellas un lifting rejuvenecedor de esa superficie volátil adherida al instante que fluye renovándose prontamente con el olvido. En ellas no buscamos realmente la conmoción o las experiencias arrebatadoras por más que figuren entre las promesas del marketing turístico. En esta tarea paradójicamente adormecedora por exceso de estímulos, narcótica, por su permanente actividad, el encuentro con la belleza puede ser incluso una experiencia no deseable. La belleza agrieta violentamente el muro que recubre nuestra fortificada intimidad y nos arrastra a un lugar en extremo intrigante y misterioso. Nuestro yo turístico no está para esos trotes. Lo sublime está decididamente proscrito pues nos precipita a una experiencia donde el yo está soberanamente sobrepasado por una abismática e inabarcable contemplación. Nada de abismos por favor.
Decididamente, hoy preferimos sumergirnos en un sensualismo placentero, mullido, cálido, seguro y amable. Hoy preferimos el like a cualquier emoción que venga a poner en cuestión nuestras convicciones y creencias individuales trabajosamente edificadas sobre el territorio ingrávido de nuestra actualidad.
Alejadas quedan nuestras experiencias Hard, esas que nos transforman y nos hacen crecer o sucumbir, esas que siguen su curso profundo y silente mientras en la superficie nos hacemos un selfie frente a la catedral de Milán.